Está demostrado que la sociedad (léase los consumidores) cada día aprecian más las empresas y los productos que son amigables con el medio ambiente o lo que se conoce como: sostenibles.
No cabe duda que la acuicultura es la mejor solución para la generación de productos asequibles, sanos y nutritivos para una población que no para de crecer. Para poder alimentar de forma adecuada a una población es necesario producir de manera sostenible y económicamente rentable para que pueda ser consumida por todos los sectores, especialmente los menos favorecidos económicamente.
La acuicultura es, además, un motor importante para la generación de empleo, el desarrollo económico y social de comunidades, generalmente pobres, contribuyendo de forma sostenida al desarrollo nacional. La producción de grandes volúmenes de especies como, por ejemplo: langostinos de cultivo, que se dan en zonas tropicales de países pobres o en vías de desarrollo, generan oportunidades para el desarrollo de productos y subproductos de valor agregado (pelado, colas, etc.). Adicionalmente, se crean fácilmente principios de economía circular (harina de pescado para alimentar a otras especies como pollos, cerdos, etc.), evitando que se pierdan parte de los nutrientes que de otra forma terminarían como desechos.
Con el fenómeno de la globalización, las técnicas o tecnologías aplicadas a los alimentos son cada vez más fáciles de transmitir de los centros de investigación o universidades, que generalmente están ubicados en los países más desarrollados y que funcionan mediante ayudas procedentes de los impuestos y destinadas a los centros de producción que normalmente están localizados en zonas más pobres. Los centros de producción reciben los beneficios que implica la contratación de mano de obra económica y el desarrollo de centros suburbanos pobres, mientras que los países que aportan la tecnología reciben alimentos sanos a precios más bajos. Una ecuación o círculo virtuoso que genera beneficios para la población mundial.
Otra ventaja de la acuicultura es la reducción de la huella de carbono cuando los productos son destinados a la población local. Por ejemplo, la acuicultura de pescados consumidos en España, como la curvina o la dorada, contribuye a generar un producto de menor costo, ayudando de esta manera a la soberanía y seguridad alimentaria, cuando su mercado es local.