En el “bestseller” llamado “Cannibal with Forks: The Triple Bottom Line of 21th Century”, publicado por el experto en responsabilidad social y economía John Elkington, se describió por primera vez este término, que luego fue utilizado por expertos en contabilidad de los Estados Unidos a mediados de los `90, para incluir factores de sostenibilidad en el marco contable. Este sistema de “triple cuenta de resultados” consideró, más allá de los resultados de rendimiento de la inversión y la generación de valor, una dimensión ambiental y social en los negocios.
De esta forma nació un termino que hoy es cada día más común para todos: la sostenibilidad económica, que implica que una inversión no solo debe ser económicamente rentable, sino que además debe ser social y ambientalmente responsable. Este término se puede aplicar no solo a la empresa, sino de forma especial a cualquier medida gubernamental que tiene por obligación considerar los elementos económicos, medioambientales, sociales y hasta culturales en el largo plazo.
Las consecuencias del cambio climático han acelerado la conciencia universal sobre algunos temas como: el uso de combustibles fósiles, políticas de residuos, tratamiento de aguas, uso de materiales contaminantes, políticas de reciclaje, etc. que no solo son obligación de los gobiernos sino también de las empresas para estar en sintonía con lo que demandan sus usuarios o clientes. Todavía queda mucho trabajo pendiente, en especial convencer a las grandes naciones o centros de producción que la sostenibilidad es un compromiso universal con el planeta, por lo que la producción de elementos “baratos” terminan siendo generalmente los más “caros” para los clientes.
Olga García Luque, profesora de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia, define que la actividad económica es considerada sostenible “cuando se garantiza que el conjunto de activos de capital utilizados se mantiene o aumenta con el paso del tiempo. Entre esos activos se incluyen las manufacturas e infraestructuras (maquinaria o carreteras), el capital humano (conocimientos y técnicas), el capital social (relaciones e instituciones) y el capital ambiental (bosques, mares, etc.)”.
Para concluir, cuando hablamos de crecimiento económico sostenible debemos armonizar tres elementos básicos: el crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente. Resulta esencial para el bienestar de las personas y las sociedades, que toda inversión pueda conjugar estos elementos.